ENTREVISTA A PABLO HERNÁN DI MARCO
“De tanto insistir de vez en cuando me salen un par de párrafos que no me dan urticaria y se abre un poco el cielo. Y ahí aprovecho, me tiro de cara al sol y disfruto un poco.”
Pablo Di Marco nació en Buenos Aires en 1972. Es autor de las novelas Tríptico del desamparo (ganadora de la I Bienal Internacional de Novela «José Eustasio Rivera» 2012, Colombia), Las horas derramadas (ganadora del XXI Certamen Literario Ategua 2010, España), Espiral (finalista del XIX Premio de Novela Ciudad de Badajoz 2015, España). También conduce el ciclo Un café en Buenos Aires, conversaciones con autores, editores y libreros. Sus libros se consiguen en Argentina, Colombia y España. Desde Buenos Aires trabaja vía Internet en la corrección de estilo de cuentos y novelas.
¿Cómo es tu ritual de escritura?
Antes, cuando era un dandy pobre que escribía desde la medianoche hasta la madrugada, solía seguir algún que otro pequeño ritual. Pero ya no. Los rituales de escritura son un lujo que dejás de lado cuando se acumulan las cuentas a pagar, llegan los hijos, los tiempos se trastocan y el tiempo escasea. Ahora, apenas me doy cuenta de que tengo una hora libre y no estoy muerto de sueño, me tiro de cabeza al cuaderno o a la compu y me pongo a escribir sin mucha vuelta.
“Como siempre, durante la bajada en el ascensor me cubro el cuello con el pañuelo de seda. Don Gómez, inevitablemente en la puerta del edificio, alza la boina y aparta la manguera para dejarme pasar.”
¿Disfrutás o padecés escribir?
No me gusta la imagen del escritor que la juega de torturado, así que me encantaría decirte que disfruto escribir, pero… no me pasa muy seguido. Para mí escribir es plantarme cara a cara ante mis límites, y eso suele ser frustrante. Eso sí, esa imposibilidad me frustra al mismo tiempo que me rebela. Porque de eso se trata escribir: de rebelarse ante nuestra incapacidad de no ser todo lo capaces que quisiéramos ser. Y de tanto insistir de vez en cuando me salen un par de párrafos que no me dan urticaria y se abre un poco el cielo. Y ahí aprovecho, me tiro de cara al sol y disfruto un poco.
“Ya en la esquina de La Biela, el diariero me da El mundo y el espantoso caramelo de coco para que no le caigan mal las noticias, señora.”
¿Cuál es el secreto para crear un buen personaje?
Te digo el secreto número uno, el más importante: leer mucho y bien. ¿A qué me refiero con “leer bien”? Quien escribe debe volverse un lector de ojos afilados, un lector sin inocencia. El escritor, por desgracia, ya no puede leer solo para disfrutar sino también para aprender, para descubrir los parches y las costuras, para hurgar en el “detrás de escena” de la escritura. Igual que un estudiante de cine que cuando va a ver una peli está todo el tiempo pendiente de dónde el director coloca la cámara en cada plano. En fin, el mejor modo para crear un buen personaje es leer del derecho y del revés a Anna Karenina, a La Maga, a Julián Sorel, leerlos en profundidad hasta poder conversar con ellos, leerlos hasta amarlos, o hasta odiarlos. Ahí afuera hay una pila de libros que atesoran todos los secretos, nuestra obligación es desarmarlos como si fuesen relojes, separar hasta la última aguja, coronilla, oración y sílaba, e intentar comprender cómo funciona el mecanismo.
“No aprecio esta confitería por sus ventanales con vista a un verde que ya casi no distingo, sino por su sempiterno mozo, al que no debo decirle una palabra para que me sirva el mismo pedido de cada tarde.”
¿Cuáles suelen ser tus disparadores para escribir?
Los grandes temas no suelen motivarme. A mí me interesan los guiños, los susurros, las distracciones. Es como los contratos: lo más importante está en la letra chica. Te cuento una anécdota que por ahí me sirve de ejemplo: una vez en un bar se me acercó una pibita de unos cinco años a venderme unas estampitas. Yo estaba escribiendo en un cuaderno, y la nena me dice: “¿Me dejás dibujarte algo?”. Yo le digo que sí y le arrimo mi birome junto a una servilleta de papel. Ella se puso a dibujar unos círculos raros, y después de un ratito murmuró con los labios fruncidos: “No sé qué me pasa. Nunca puedo dibujar corazones lindos”. Entonces yo la ayudé a dibujar un corazoncito. Y la nena me miró entusiasmada y me dijo: “Yo quiero aprender a dibujar corazones tan lindos como los tuyos. ¿Me enseñás?”. Te aseguro que me tuve que morder los labios para no largarme a llorar ahí delante de ella. Ahora mismo mientras te cuento esto me dan ganas de llorar. ¿Ves? Ahí hay un personaje maravilloso, ahí hay una novela. Si vos a mí me decís: “Pablo, deberías escribir algo que denuncie las injusticias del mundo” yo te respondería “Dejate de joder, Juan”. Pero ante esa pibita de la calle que no sabía dibujar un corazón yo me pongo ya mismo a escribir una novela de 500 páginas.
Guardé esa servilleta con corazones durante más de un año. Era como un amuleto. Y en algún momento, no sé bien cómo, la perdí. Una pena.
“—Ahí andamos. ¿Vio, señora? Esperando que se largue un buen chaparrón que afloje un poco esta humedad. Porque lo que son los huesos con este tiempo…
Y esta amable sexagenaria tan distante como cortés, que cada tarde se sienta a la mesa acostumbrada, asentirá levantando las cejas encima de los lentes oscuros, y después tomará su té con una nube de leche.”
¿Qué te llevó a ser escritor?
Ni idea. Supongo que escribo porque quiero que me quieran. Porque tengo cosas para decir y soy horrible hablando. Porque no sé tocar la guitarra y canto pésimo. Porque quiero que mis amigos sepan que no soy tan inútil como parezco. Porque necesito recordar. No sé, creo que escribo porque me gusta estar solo, porque me siento solo, porque no quiero estar solo.
“En nada me hará falta este país, inabarcable hasta la grosería para sentirlo propio. Tampoco esta ciudad, cada día más semejante a una jovencita inmadura haciendo equilibrio sobre los tacos de su madre. La pérdida de mis rituales y la ausencia de estos ínfimos afectos a los que me aferro a falta de algo mejor, serán lo único que echaré de menos de este sitio.”
¿Qué libro recomendarías?
Cualquier enciclopedia. Hay que volver a leer enciclopedias. Cualquiera de ellas atesora un mundo, o varios. La enciclopedia que tengo en casa se publicó en la década del 60’, y te aseguro que es el libro más moderno de mi biblioteca.
“Hay todo un mundo allá afuera buscando convencerme de su supuesto talento. No faltan quienes dicen que lo que escribe se ajusta a lo que hoy piden los lectores.
—¿Y desde cuándo te importa lo que piden los lectores?
Álvaro busca refugio en una servilleta, endereza sus pliegues y vuelve a dejarla en su sitio. Se acerca el mozo para servirle el pedido, y me informa que están cayendo las primeras gotas.”
Para un escritor que intenta publicar por primera vez ¿qué camino le sugerís tomar?
Publicar es aún más difícil que escribir. Mi consejo es paciencia, humildad e insistencia. Quien se pone a escribir un libro debe saber que si hace las cosas muy muy bien, y si tiene mucha mucha suerte, recién podrá ver a ese libro publicado dentro de cinco años. Entonces hay que hacerse la siguiente pregunta: ¿Estoy dispuesto a trabajar todos los días de mi vida por algo que, solo si tengo mucha mucha suerte, verá la luz en cinco años? Si la respuesta es sí, lo que tenés que hacer es leer, escribir y corregir como un condenado. Quién sabe, en una de esas el destino se distrae y te ocurre un milagro. Ya le ocurrió a más de uno, así que bien puede ocurrirnos a nosotros. Ojalá así sea, porque a ese milagro yo le apuesto todos los días.
“—Ser el dueño de la editorial —dice apartando el pocillo de café sin espuma—, no me exime de sentirme, por momentos, el último empleado. Somos… somos vestigios de otra época, Irene. Viejos bailarines. Viejos bailarines intentando adaptarse a un compás veloz, luchando por seguir el paso sin caer en el ridículo.
Entrecierro los ojos, esfuerzo mi mirada. El mozo estaba en lo cierto: las primeras gotas rasgan los ventanales de la confitería.”
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