RUANDA: LA MIRADA MUERTA DE LA GENTE VIVA

RUANDA: LA MIRADA MUERTA DE LA GENTE VIVA

Recuerdo, sobre todo, el color del paisaje, el olor de la tierra y la mirada muerta de los sobrevivientes tutsis con los hablé.

Conocer Ruanda es acercarse a lo peor y a lo más noble de la condición humana. A 25 años del genocidio comienzan a conocerse historias de solidaridad y coraje de mujeres hutus que salvaron la vida de sus vecinos tutsis, víctimas de una masacre sin precedente en el corazón de África. Casi un millón de seres humanos (la mitad de ellos, calculan ONGs internacionales, fueron mujeres y niños) murieron al cabo de una matanza sin tregua en Ruanda, el verde país de las mil colinas.

Recuerdo de Ruanda, sobre todo, el color del paisaje, el olor de la tierra y la mirada muerta de los sobrevivientes tutsis con los hablé. También la vergüenza de los hutus a quienes entrevisté en 2007, con motivo del documental Los 100 días que no conmovieron al mundo, que realizó Vanessa Ragone, con la producción de Víctor Ramos y el Incaa. Era gente corriente que de la noche a la mañana, al acabar la matanza, se vio forzada a convivir en las mismas aldeas y pueblos donde días antes se habían enfrentado con un odio feroz asesinando a sus vecinos, violando a las mujeres y mutilando niños.

El genocidio no se gestó el día anterior al 7 de abril de 1994, cuando todo comenzó. La “cosificación” de los tutsis se fue preparando de a poco. Cuando Gaby, el protagonista de Pequeño país, la multipremiada novela autobiográfica y bestseller del músico franco-ruandés Gäel Faye, le pregunta a su padre francés por qué hay guerra entre tutsis y hutus, este le responde que es porque no tienen la misma nariz. De hecho no son físicamente equivalentes. Como tampoco lo somos en la Argentina, según descendamos de indígenas o inmigrantes italianos o polacos, por dar un ejemplo. Pero la respuesta de Michel es una forma de exhibir la irracionalidad del genocidio.

Que el protagonista de la bella novela de Faye pierda brutalmente su inocencia por causa de la guerra en Burundi y conozca a tan corta edad lo peor de ser humano, al ver morir a parte de su familia materna en forma despiadada, entra en el contexto de lo inenarrable para un buen corazón. La huída hacia adelante del autor, gracias a su pasaporte francés, no lo liberó hasta la edad adulta de la culpa que sintió por haberse salvado mientras miles no pudieron. Es el trauma que acarrean muchos sobrevivientes en Ruanda que, como escribió André Malraux, quizá siguen buscando “la región crucial del alma donde el mal absoluto se opone a la fraternidad”.