SRI LANKA, SALGARI Y LAS NEBLINAS DETRÁS DE LOS ATENTADOS

SRI LANKA, SALGARI Y LAS NEBLINAS DETRÁS DE LOS ATENTADOS

Un ministro alimentó los enigmas al declarar a la BBC que investigan la motivación de los terroristas que dejaron más de 250 muertos pero "no estamos descartando un intento de golpe de Estado..."

Sri Lanka es un pequeño país en el Golfo de Bengala, con historia novelesca y reminiscencias de Salgari y su Sandokán, del cual mucho no suele ocuparse la prensa internacional pero que hoy concentra la atención mundial. El domingo pasado, en un raid terrorista que compite con las peores masacres cometidas por esta violenta calamidad moderna, más de 250 personas murieron en media docena de atentados simultáneos. Los blancos de al menos nueve terroristas suicidas fueron tres iglesias cristianas colmadas de fieles en plena Semana Santa y tres hoteles de lujo cargados de turistas.

El desconcierto por la salvajada del ataque promovió multitud de especulaciones, muchas de ellas contradictorias y en su mayoría confusas. Según el gobierno de Sri Lanka se trató de una respuesta del ultraislamismo por la masacre de marzo último en Nueva Zelanda contra dos mezquitas cometida por un racista que abrió fuego contra los fieles que oraban en los templos.

En esa línea hubo un oportuno comunicado de la banda ISIS que se atribuyó el ataque en su agencia de Internet Amaq, que parece ser lo único que ha sobrevivido últimamente de ese grupo fundamentalista. La investigación apuntó enseguida a una pequeña organización fanática local que se reivindica islámica, el NJT, siglas de National Thowheeth Jamma’ath, con supuestos vínculos con aquel califato hoy desmantelado en Irak y Siria, sin armas, sin dinero y sin líderes.

La noción de células dormidas y de grupos acechantes que escapan a los radares de los sistemas de inteligencia, llenaron de argumentos y explicaciones a los analistas alrededor del mundo. Sin embargo, las dudas sobre la línea argumental de un asalto terrorista internacional permanecen hasta hoy tan enormes como el propio suceso.

Hay un par de datos llamativos en los que es interesante detenerse. El primero es conocido y refiere a que el gobierno de la isla había sido alertado con gran antelación por la inteligencia de la vecina India sobre un posible ataque de esta magnitud. El reporte llegó con detalles muy sólidos proporcionados por un detenido que incluyó el nombre de algunos de los terroristas y los blancos en iglesias y hoteles. Pero las autoridades ignoraron el alerta.

Supuestamente los responsables de la seguridad decidieron no escalar el aviso al presidente o al primer ministro. El segundo dato, bastante menos difundido, alude a la declaración a la BBC de Londres que realizó el ministro de Telecomunicaciones Harin Fernando en la cual afirmó que intentan determinar los motivos para el tremendo raid de ataques aunque, precisó, “no estamos descartando un intento de golpe de Estado”.

Ese comentario liga con un curioso anuncio de la jefatura del Ejército sobre la implementación de una operación de emergencia para “reponer la situación bajo control”. Es difícil determinar qué es lo que estaría fuera de control como han remarcado analistas especializados en esa tormentosa comarca. La existencia de más terroristas, por ejemplo, que deberían ser capturados, no se adapta a esa dialéctica. Con similar tono de ingenuidad diríamos que hubo ataques similares en toda Europa y la situación en esos países no se salió de control. Horas después de los ataques el eficiente diario The Guardian de Londres había puesto una primera mirada lejos del ISIS y sus secuaces, sobre el submundo de la interna que sacude a la pequeña “lágrima” de la India, como se conoce al antiguo Ceylan.

Si se observa detrás del escenario pueden aparecer algunas pistas que ayuden a despejar siquiera parcialmente el panorama. Sri Lanka es una nación con enormes dificultades económicas, tironeada entre EE.UU. y China. Condición esta que determina su situación geográfica estratégica entre Asia occidental y el sudeste asiático, en el camino de las principales rutas marítimas. El 40% de su población de 20 millones de habitantes, vive en la pobreza, según la ONG Oxfam.

El país experimentó 30 años de guerras internas contra los separatistas de la organización de los Tigres Tamiles, conflicto que culminó hace diez años con la muerte de su principal líder. Ese trasfondo puede explicar parte del problema económico, pero desde entonces no se ha logrado revertir la crisis pese a que la paz trajo momentos de auge, especialmente en el sector turístico. De modo que la situación social ha tenido otros reflejos.

Desde hace tiempo, pero particularmente a partir de diciembre último, se multiplicaron las huelgas de los ferroviarios y de los trabajadores de las ricas plantaciones de té, en demanda de mejoras salariales y de las condiciones laborales. Esas dos manifestaciones se amplificaron con protestas organizadas por el Congreso de los Trabajadores de Ceylan, CWC y por los mismos motivos. Los empleados estables, también, se sumaron con una huelga por tiempo indeterminado iniciada en aquel mes.

Junto a las tensiones sociales, se elevaron las políticas. Sri Lanka está gobernado desde las últimas elecciones de 2015 por el presidente Maithripala Sirisena. En ese comicio relevó a un influyente y controvertido dirigente, Mahinda Rajapakse, un budista del ala dura, acusado de violaciones a los derechos humanos durante su gobierno, en el cual alejó a la isla de la India y tejió una potente relación con China. El nuevo jefe de Estado giró el compás hacia Washington y Nueva Delhi e instauró como primer ministro a Ranil Wickremensinghe, un veterano político, de comportamiento autónomo, enemigo del anterior presidente y también de línea prooccidental.

La relación entre el mandatario y su premier se fue agriando con el tiempo al ritmo de la caída de la imagen del gobernante debido a la crisis. El año pasado las disidencias alcanzaron sus cimas. En octubre el presidente despidió a Wickremensinghe e instaló en su lugar al ex presidente Rajapakse. El funcionario dimitido no se quedó en paz, armó su propia batalla legal y obtuvo el aval de la Corte Suprema que falló su despido como inconstitucional. De modo que regresó a su sillón iniciando una compleja y difícil cohabitación con el presidente. Y según múltiples rumores, marchando en ese litigio con el aval declarado de la Casa Blanca.

No debería por lo tanto sorprender que, después de los atentados, Wickremensinghe no haya tenido empacho en culpar de todo lo ocurrido a Sirisena. El otro personaje del culebrón, Rajapakse, entre tanto, convertido en el principal líder opositor, también cargó contra el gobierno y su premier por la masacre. Tres hombres en pugna, dispuestos a todo en un choque cuyas consecuencias imprevisibles se deslizaron posiblemente en la declaración a la BBC del ministro Harin Fernando.

El peor costado de este escenario es el alimento conspirativo que promueve. El alerta temprano hubiera permitido evitar esta masacre. Las fuerzas de seguridad de Sri Lanka están especialmente entrenadas en la lucha contra el terrorismo luego de la extensa guerra interna. Es difícil comprender cómo no se evaluó en profundidad el aviso de la India. Quienes gustan de leer bajo el agua no demoraron en suponer que en realidad se dejó hacer para aprovechar sus resultados en la disputa por el poder y el ahogo de los reclamos sociales.

Suena exagerado, aunque la realidad siempre agrega argumentos a aquellos que quieran escucharlos. Las FF.AA. han impuesto un furibundo control interno con el argumento renovado de la lucha contra el terrorismo y se llegó al extremo de suspender los actos por el Primero de Mayo que en Sri Lanka tiene un histórico valor movilizador. Por cierto, con el escudo de ese Estado de Emergencia se dio libre juego al arresto de supuestos sospechosos; se clausuraron las redes sociales más populares y se ordenó garantizar "el mantenimiento de los servicios esenciales". Toda una metáfora para prohibir bajo severos cargos las protestas sindicales, dicen, hasta que pase el terror.