MUNDIAL FEMENINO: UNA SELECCIÓN QUE DEMOSTRÓ QUE EL FÚTBOL NO TIENE GÉNERO Y QUE PUEDE MEJORAR CON APOYO
En Francia, no se dieron los empates que hubieran clasificado al equipo nacional a los octavos de final.
El gol de Njoya Ajara en el último minuto del partido que Camerún le ganó 2-1 a Nueva Zelanda derrumbó la ilusión que había alimentado el 3-3 heroico de Argentina contra Escocia, que le ganaba 3-0. La Selección, con 2 puntos en el Grupo D, necesitaba que los duelos de este jueves terminaran empatados (el otro fue Chile 2-Tailandia 0) para clasificarse por primera vez a los octavos de final de un Mundial de la FIFA. Si así sucedía, iba a meterse como uno de los cuatro mejores terceros. Pero esos dos pasajes fueron para seleccionados africanos: el mencionado Camerún y Nigeria. ¿Es, entonces, un fracaso esta eliminación en la primera ronda? Para nada.
Para entenderlo, hay que ponerlo en contexto. Hace 14 meses, el 16 de abril de 2018, Argentina se enteró de que un seleccionado estaba jugando una Copa América cuando las futbolistas viralizaron una foto en la que posaban con sus manos detrás de sus orejas, en alusión a aquel Topo Gigio que Juan Román Riquelme le había hecho a la dirigencia de Boca en 2001.
Ellas, en Chile, también pedían ser escuchadas, aunque su problema era estructural y de larga data. La lucha, que por primera vez adquiría visibilidad en un torneo internacional, había comenzado mucho antes.
El oro en los Juegos Odesur de 2014 se contrapuso con el último puesto en los Juegos Panamericanos de Toronto, un año después. Las futbolistas decidieron que así no podían continuar y estuvieron 18 meses sin jugar. Además, la AFA les sacó al entrenador en julio de 2016, cuando decidió mandar a Julio Olarticoechea a dirigir primero al sub-20 masculino en La Alcudia y luego al sub-23 de los Juegos Olímpicos de Río 2016.
Un año después, Carlos Borrello volvió a la Selección y, una a una, fue convenciéndolas de volver. La promesa del cambio las ilusionó. Pero el apoyo no apareció y el destrato siguió. En septiembre de 2017, tras dormir en un micro antes de un amistoso en Uruguay, hicieron un paro. Sus exigencias eran mínimas: el pago de viáticos (150 pesos por práctica), entrenamientos en césped natural y alojamientos en hoteles durante los viajes.
El cambio recién comenzó a notarse hace menos de un año. El repechaje contra Panamá se disputó en el estadio de Arsenal, con entradas gratuitas y un enorme apoyo del público. Ese gesto tan simple representó un sueño cumplido para el equipo, que volvió a vivirlo el 22 de mayo, en el partido despedida frente a Uruguay.
Después de dos giras internacionales (Australia, en febrero; Estados Unidos, en abril) y tres semanas de entrenamientos en Ezeiza, las 23 convocadas no viajaron a Francia en clase turista, como podría haber pasado en otro momento. Tampoco durmieron en micros: la habitación del hotel donde se alojaron en Le Havre, por ejemplo, costaba 13 mil pesos la noche. Ni pasaron inadvertidas en Argentina, donde el rating de la TV Pública ascendió a 7,7 puntos en el último partido.
Las pibas que demostraron que el fútbol no tiene género evidenciaron que con apoyo el futuro puede ser diferente. Revirtieron un historial mundialista sin puntos, con 33 goles en contra y 2 a favor. Y en Francia lograron 2 empates y 3 goles, con 4 tantos recibidos. Después de tanto esfuerzo y garra, merecen que se planifique un ciclo mundialista por primera vez.
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