LUJO, SEXO Y PODER: LA OSCURA HISTORIA DE JEFFREY EPSTEIN, EL MAGNATE DETENIDO POR ABUSO QUE INCOMODA A DONALD TRUMP

LUJO, SEXO Y PODER: LA OSCURA HISTORIA DE JEFFREY EPSTEIN, EL MAGNATE DETENIDO POR ABUSO QUE INCOMODA A DONALD TRUMP

El glamoroso hombre de las finanzas estadounidense solía mostrarse en fiestas con ricos y famosos. Su arresto causó la caída de un ministro.

Eran casi las 4 de la tarde del sábado 6 de julio cuando el jet privado de Jeffrey Epstein aterrizó en el aeropuerto de Teterboro, en New Jersey. El jet con el que el magnate estadounidense de las finanzas se trasladaba, muchas veces con amigos ricos y poderosos a bordo, había sido bautizado “Lolita express”, como el personaje de Vladimir Nabokov, víctima de un pedófilo. Una pista del horror que ese hombre de pelo canoso y bronceado eterno escondía.

Cuando Epstein, de 66 años, descendió de su Boeing 727 con capacidad para 26 personas, con asientos forrados en terciopelo rojo, alfombras color arena y una habitación privada con cama extralarge, sus vacaciones en Paris se terminaron abruptamente: al pie de su avión lo esperaban las autoridades para arrestarlo por cargos de tráfico y abuso sexual de menores.

Una hora después, su mansión de 77 millones de dólares en Manhattan era allanada en busca de documentación, como también la casa de Palm Beach, los lugares donde se estima que se cometieron los delitos. El fiscal del caso dijo que se encontraron “pilas de dinero en efectivo, decenas de diamantes y una caja fuerte con un pasaporte falsificado”. Afirmó que había cientos y quizás miles de fotos sexualmente explícitas de mujeres jóvenes y que por lo menos una es de una de las supuestas víctimas.

El arresto de Epstein sacudió las entrañas de la sociedad neoyorquina y de la Florida. Es un hombre que solía llevar en su avión y tener trato con personalidades como Bill Clinton, el príncipe Andrés del Reino Unido, Woody Allen, Alec Baldwin, científicos como Stephen Hawking, a la vez que era un conocido filántropo y donante de fondos para prestigiosas instituciones como Harvard.

Las aguas que rodean a Epstein llegan bien oscuras incluso hasta el presidente Donald Trump, que admitió que lo conocía, que apareció en un video en una fiesta con él y que ha tenido que aceptar la renuncia de un ministro por este caso.

Epstein ya había tenido su debut en la cárcel porque hace más de 10 años ya había sido condenado por un caso de abuso sexual en Florida. La primera denuncia contra Epstein es de 2005, cuando los padres de una chica de 14 años denunciaron a la policía en Palm Beach que su hija había sido abusada por el magnate en su casa de verano. A partir de ahí, el FBI identificó más de 30 potenciales víctimas, la mayoría de entre 13 y 16 años.

La estrategia de Epstein parecía ser siempre la misma. El millonario enviaba a una de sus asistentes a contactarse con menores, muchas de ellas en situación vulnerable, en general distanciadas de sus familias, que más tarde les eran presentadas. Las chicas accedían porque les prometían un futuro como modelo o en el mundo del arte. Pero les esperaba otro destino: Epstein las esperaba en ropa interior o desnudo, les pedía que le hicieran masajes a cambio de 300 dólares y después también les ofrecía más plata para que reclutaran a otras amigas adolescentes. En los encuentros hubo abuso y explotación sexual, denunciaron las víctimas.

Epstein actuaba con total desparpajo. En 2006, cuando ya había un par de denuncias en su contra, organizó un congreso con renombrados científicos -entre ellos Stephen Hawkings- en su isla privada del Caribe, que incluía charlas sobre cosmología y gravedad, pero también cenas en la playa, paseos en catamarán, snorkel y buceo. Uno de los participantes de ese encuentro contó a The New York Times que entonces Epstein “siempre estaba acompañado por un grupo de unas tres o cuatro jovencitas”.

Cuando arreciaban las pruebas en su contra, en 2008 fue arrestado y él se defendió de las acusaciones alegando que los encuentros eran consentidos y que “no sabía que eran menores”. Allí es cuando interviene Alex Acosta, entonces fiscal federal de Miami, que llegó a un acuerdo con los abogados de Epstein que evitó que se le presentaran a su cliente cargos federales con los que podría haber sido condenado a cadena perpetua. Esto fue a cambio de que él se declarara culpable de haber prostituido a una menor y que aceptara ingresar al registro de delincuentes sexuales. También fue a la cárcel solo por 13 meses. Este acuerdo abrochado por Acosta y los abogados de Epstein fue en su momento muy criticado porque tenía el sello de un pacto a medida de un rico y poderoso.

Después de que Epstein cumplió su condena, se dedicó a lavar su imagen. Ya en 2010, apenas meses después de salir de la cárcel, el hombre que aún figura en la lista de abusadores almorzaba en su casa de Manhattan con las estrellas televisivas como Katie Couric y George Stephanopulos junto a un miembro de la realeza británica. Al año siguiente era fotografiado en una “cena de multimillonarios” junto a titanes como Jeff Bezos y Elon Musk. Era amigo de Peggy Siegal, una afamada relacionista pública que le garantizaba la apertura de puertas de los eventos de las altas esferas neoyorquinas y de Hollywood. Mientras tanto, se dedicaba a hacer donaciones por 10 millones de dólares a instituciones como Harvard.

Su cinismo parecía no tener límites: “No soy un depredador sexual, solo cometí un delito”, dijo Epstein a The New York Post en 2011. “Es la diferencia entre un asesino y una persona que robó una rosquilla”.

Pero el glamour duró poco y volvió la pesadilla para Epstein. El caso que parecía enterrado resurgió estos días cuando volvió a abrirse en un juzgado de Nueva York porque se presentaron otras víctimas. Fue entonces cuando Epstein cayó arrestado al pie de su avión.

Una de las nuevas denunciantes, Jennifer Araoz, hoy de 32 años, contó en la televisión que fue contactada a los 14 años a la salida de su escuela en Nueva York por una mujer joven y amigable en distintas ocasiones quien más adelante le presentó a Epstein, con el que entonces empezó a tener encuentros a lo largo de un año en los que él la hacía quedarse en ropa interior y darle masajes hasta que la terminó violando.

 

UN PROBLEMA PARA LA CASA BLANCA

 

Mientras Epstein espera en la cárcel un nuevo juicio, el caso incomoda cada vez más a la Casa Blanca. Es que el acusado solía frecuentar las fiestas de Trump en su casa de Mar-a-Lago, en Palm Beach, donde eran vecinos. Y además, estos días se resurgió una vieja entrevista del magnate neoyorquino en la que dijo sobre Epstein que “le gustan las mujeres hermosas tanto como a mí y muchas de ellas son más jóvenes”.

Cuando se desató el escándalo nuevamente estos días, Trump dijo que “lo conocía como todos lo conocían en Palm Beach” pero que no se habían hablado en más de 15 años y que no era un admirador suyo. Pero tenía un gran lastre al mantener en su gabinete a alguien tan cuestionado por el caso: Alex Acosta, su ministro de Trabajo.

Por eso tuvo que despedir a su funcionario. Pero cuando el tema parecía haberse acallado un poco con la salida de Acosta, volvió a las primeras planas con la difusión de un video de Epstein en una fiesta de Trump en Mar a Lago. Las imágenes son viejas, de 1992, pero se los ve a ambos muy sonrientes y conversadores, Trump le habla en el oído, e incluso se los ve rodeados de mujeres, aunque todas parecen mayores de edad.

Lejos de su vida de lujos, Epstein espera un nuevo juicio en el Metropolitan Correction Center de Manhattan, ubicado a apenas unos kilómetros de su mansión en el Upper East Side. Por esa cárcel de máxima seguridad y considerada una de las más “duras” del estado, pasaron presos famosos como Joaquín “El Chapo” Guzmán, el financista estafador Bernie Madoff y el jefe de campaña de Trump, Paul Manafort.

Espantado por las condiciones de su encierro (solo ve la luz una hora por día) Epstein solicitó al juez la posibilidad de quedar detenido en su casa de 7 pisos y 40 habitaciones, con la supervisión de una tobillera electrónica. Y hasta ofreció pagar 569 millones de dólares de fianza. Pero el magistrado dijo que no: alegó que por su dinero y contactos -y por tener el “Lolita express” siempre a su disposición-, sus posibilidades de fuga son más que altas.