CHINA ALIMENTA SU PODERÍO MILITAR: ¿MODERNIZACIÓN DEFENSIVA O AMENAZA A SUS RIVALES?
El gasto en Defensa se ha duplicado en la última década. Beijing afirma que es con fines pacíficos. Estados Unidos duda.
A lo largo de los últimos 20 años más o menos, China se ha embarcado en una extraordinaria intensificación de su poderío militar que apenas tiene precedentes. Esta evolución ha adoptado la forma de un gasto militar en rápido crecimiento, la compra de equipo militar avanzado dentro y fuera del país, y el desarrollo del sector armamentístico y la tecnología militar hasta reducir de modo significativo la brecha con los fabricantes occidentales.
Todo ello ha ido acompañado de lamodernización de estructuras y doctrinas militares más allá del modelo de una gran “guerra del pueblo” con efectivos terrestres y en la línea de una fuerza de tamaño reducido con mayor énfasis en el poder aéreo y sobre todo naval, la guerra informatizada basada en los últimos avances de la tecnología de la información, las comunicaciones, los sistemas de mando y control y las operaciones conjuntas.
El incremento del gasto militar, aunque se ha aminorado algo en años recientes, resulta notable. Según datos del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), el gasto militar chino se ha duplicado en términos reales desde 2008, cuadruplicado desde 2002 y multiplicado por ocho desde 1997.
Con 228.000 millones de dólares invertidos en 2017, según los cálculos del SIPRI, China ocupa de modo destacado el segundo lugar del mundo en gasto militar; con ello triplica el volumen de tercer clasificado, Arabia Saudita, aunque todavía está muy por detrás de Estados Unidos, que gastó 610.000 millones de dólares. El gasto militar chino adolece de una absoluta falta de transparencia: no se han dado en años recientes detalles acerca del desglose de las diferentes partidas de gasto. El presupuesto oficial de defensa de China (151.000 millones de dólares en 2017) es muy inferior a la cifra calculada por el SIPRI.
China solía ser el mayor importador de armas del mundo; pero su nivel de importaciones, aunque es aún elevado, se ha reducido en años recientes gracias al crecimiento de su sector armamentístico nacional, capaz ahora de suministrar mayor cantidad de equipos militares. China está realizando progresos en el desarrollo del caza invisible J-10 y ha empezado a construir sus primeros portaaviones fabricados en el país, tras haber puesto en servicio recientemente un antiguo portaaviones soviético comprado de segunda mano a Ucrania y muy remodelado y modernizado. El país ha dado también pasos importantes en el desarrollo y despliegue de tecnología avanzada para misiles de corto, medio y largo alcance.
De modo comprensible, ese rápido aumento de las capacidades militares ha causado malestar: en los países vecinos más pequeños de la región del mar de China Meridional, con quienes Beijing mantiene disputas territoriales; en el rival regional tradicional, Japón, con quien también mantiene disputas; en Estados Unidos, que ve en peligro su supremacía en el Pacífico occidental y, por ello, su capacidad de condicionar en caso de conflicto el curso de los acontecimientos y de garantizar la protección de sus aliados regionales; y, quizá de modo más agudo, en Taiwán, país gobernado de modo independiente desde 1949 (pero en gran medida sin reconocimiento internacional) y considerado por China como una “provincia rebelde” con la que no ha descartado el uso de la fuerza militar para lograr la reunificación.
La pregunta fundamental para Washington y los gobiernos regionales, así como para los analistas extranjeros, es: ¿cuál es la intención detrás del aumento del poderío militar de China? ¿Hasta qué punto se trata de un proceso natural de modernización y una reacción defensiva al abrumador dominio militar estadounidense, o hasta qué punto representa un intento de usar un poder militar duro, o la amenaza de recurrir a él, para solucionar disputas territoriales y forzar a Taiwán a una reunificación, todo lo cual conllevaría un serio riesgo de conflicto militar con EE.UU.?
LA LÍNEA DE NUEVE TRAZOS
El argumento de que el aumento del poderío militar de China posee un carácter potencialmente agresivo puede resumirse en pocas palabras y en nueve sencillas rayas, la famosa línea de nueve trazos dibujada en los mapas chinos del mar de China Meridional. Con ella, el país reivindica todo ese mar y todas las islas que hay en él, vulnerando en algunos casos la zona económica exclusiva de 200 millas náuticas de sus vecinos. Las islas Spratly y las islas Paracelso, objeto tradicional de disputa, han sido diferentemente ocupadas por China, Taiwán, Vietnam, Filipinas, Malasia y Brunei; son también reivindicadas en su totalidad por China, Taiwán y Vietnam y, de modo parcial, por otros países. La línea de nueve trazos, reiterada por Beijing en un mapa de 2009 y afirmada enérgicamente desde entonces, va más allá. En un litigio presentado por Filipinas, el Tribunal Permanente de Arbitraje de La Haya falló en 2016 que las reivindicaciones chinas basadas en esa línea carecían de base legal.
China se ha comportado de modo más agresivo en el mar de China Meridional en años recientes. En 2012, un enfrentamiento naval con Filipinas por el disputado atolón de Scarborough acabó con China haciéndose con el control del arrecife sin disparar un sólo tiro. De modo más reciente, China ha emprendido un intenso esfuerzo de reclamación de tierras y ha construido diversas islas artificiales de tamaño considerable en el mar de China Meridional sobre las que ha construido pistas de aterrizaje y bases militares. Para muchos países de la región, todos estos pasos constituyen una seria militarización del mar de China Meridional con el objetivo de establecer un claro dominio militar. Estados Unidos, por su parte, realiza regularmente “operaciones de libertad de navegación”, con el paso de buques de guerra por el interior de las 200 millas de las islas y los arrecifes ocupados por China. Washington insiste en que la libertad de navegación incluye el derecho de los barcos militares a transitar por la zona económica exclusiva de otro país (aunque no por las 12 millas de aguas territoriales); China, en cambio, afirma que ese derecho sólo se aplica a los barcos civiles.
La militarización del mar de China Meridional ha generado considerable nerviosismo en Estados Unidos y los países costeros, y son muchos los que consideran que se trata de un paso hacia el dominio regional por parte de China.
Beijing insiste en que nunca buscará la hegemonía ni actuará agresivamente contra otros países, que buscará mantener con Occidente y con sus vecinos relaciones constructivas, pacíficas y beneficiosas para todas las partes. China tiene una clara política de no recurrir en primer término a su arsenal nuclear. Asegura que el aumento del poderío militar es pacífico y tiene un propósito defensivo, y que persigue tener unas fuerzas armadas modernas para defender sus derechos e intereses.
No son más que palabras, pero su coherencia y rotundidad confiere cierta credibilidad al mensaje. Quizá el mayor respaldo a esas alegaciones sea de tipo económico: el aumento del gasto militar refleja el rápido crecimiento del país. Situada en un 1,9%, la carga militar (la parte del PBI dedicada a gasto militar) se mantiene exactamente en el mismo nivel que en 1999. Y sólo ha subido hasta un 2,1% en 2009, cuando China incrementó todos los gastos como parte de las medidas de estímulo para responder a la crisis global.
Comentarios (0)
Comentarios de Facebook (0)