LIVERPOOL Y UN MILAGRO CON SABOR A JUSTICIA

LIVERPOOL Y UN MILAGRO CON SABOR A JUSTICIA

El equipo de Klopp logró una victoria épica que le permitió dar vuelta la serie ante Barcelona y meterse por segundo año consecutivo en la final de la Champions League.

Es una de las últimas imágenes del naufragio del Barcelona. Roba la pelota Fabinho y Messi le hace falta desde atrás.

El mundo al revés, o al menos a la inversa de la jugada previa al golazo de tiro libre que sintetizó el partido de ida, cuando el brasileño fue el que frenó al rosarino. Casi una semana después Messi bajó del cielo de los goles mágicos al infierno de la impotencia reincidente.

Las imágenes que siguen tienen como protagonista la sonrisa nevada de Jürgen Klopp, un hacedor de milagros, un soñador que lejos de arroparse en los infortunios se atrevió a imaginar la hazaña incluso sin Mohamed Salah ni Roberto Firmino, incluso después de haber sufrido un 3-0 absurdo en el Camp Nou. Un indomable que encendió al Liverpool para incendiar al Barcelona.

Es en definitiva una fiesta del fútbol, un final a pura música en la eterna ciudad de Los Beatles, que es también una ciudad de pasiones futboleras. Es un milagro con sabor a justicia poética, porque Liverpool no mereció aquella goleada de la primera semifinal y porque este Barcelona pragmático y calculador, sólo brillante cuando lo ilumina Messi, tampoco hubiera sido merecedor de bañarse en la gloria que da la Champions League.

El partido que parece inexplicable se explica en la determinación de un Liverpool que nunca camina solo, como cantan sus hinchas, que cree en milagros ya se anima a protagonizarlos, que camina hacia delante, y un Barcelona que se convierte en espectador, a bordo de una tibieza emocional impropia de un equipo que busca hacer historia.

El fútbol se ríe una vez más de las certezas y de los pronósticos: sin sus dos máximos especialistas (Salah y Firmino), Liverpool tuvo toda la contundencia que le faltó en el Camp Nou y Wijnaldum, un falso nueve aquel miércoles, perdido en una zona de definición, esta vez ingresó desde el banco y convirtió por duplicado. Y el Barcelona hasta aquí ordenado en defensa, sólido y disciplinado, armado hasta los dientes en su medio campo con batalladores como Vidal y Rakitic, vio como la red de su enorme arquero Ter Stegen se inflaba hasta lo inverosímil, con el colmo de un cuarto gol insólito por la suma de distracciones.

A veces hay justicia. Premio para un Liverpool que emociona y que parecía al borde de quedarse sin nada, golpeado como llegaba a esta semifinal de Champions League y a la espera de un tropiezo improbable del Manchester City para que su Premier League de 94 puntos y una sola derrota en 37 fechas  no adornara apenas un segundo puesto.

Y castigo para un Barcelona que se parece demasiado a la Selección Argentina, esperando que todo lo resuelva Messi y contagiándolo en esa inercia. Fue implacable en la ida, aún siendo dominado al menos por 70 minutos y hasta pudo haber sido letal, si Dembelé no se perdía un increíble cuarto gol. Fue un híbrido en la vuelta: ni cerrado atrás para aguantar ni atrevido en ataque para forzar un gol que les exigiera a los locales marcar cinco. Pareció más suelto en el primer tiempo, más dispuesto a jugar con todo ese viento a favor con el que llegaba, pero a medida que el Liverpool golpeaba las puertas del milagro nadie se animó a levantar la vista y las piernas. Ni Messi ni nadie.

Pobre Messi, todos esperaban una nueva señal suya que no apareció. Es que el milagro había pasado a manos más justas.