MEGAN RAPINOE, LA CAPITANA AMÉRICA

MEGAN RAPINOE, LA CAPITANA AMÉRICA

La figura Mundial. La lucha por la igualdad de la líder de las campeonas mundiales en Francia 2019.

"Todas las jugadoras durante este Mundial hemos brindado el espectáculo más increíble. No se puede hacer nada más para impresionar. Ahora la conversación nos tiene que llevar al siguiente nivel. ¿Qué viene ahora? ¿Cómo van a apoyarnos? Las mujeres, en todo el mundo, queremos continuar adelante. Estamos listas para tener la igualdad salarial”. Estados Unidos acababa de ganar la final del Mundial de Francia 2019. Fue un cómodo 2-0 sobre Holanda, en Lyon, que marcó el segundo título consecutivo y el cuarto para las norteamericanas, quienes jamás se bajaron del podio en la historia de la competencia. Pero Megan Rapinoe, la mejor jugadora de la final y dueña del Botín y el Balón de Oro, fue por más y mucho más allá de las líneas de cal que delimitan a las canchas.

La capitana estadounidense, autora del primer gol en la final con un penal -el otro fue obra de Rose Lavelle-, sabe que el fútbol es el mejor vehículo para que sus ideales tengan una mayor difusión y, en tiempos de redes sociales, lleguen a todas partes. Su lucha por la igualdad salarial, no obstante, había empezado mucho antes que Francia 2019. El 8 de marzo pasado, durante el Día Internacional de los Derechos de la Mujer, Rapinoe y otras 27 jugadoras denunciaron a la Federación Estadounidense de Fútbol (USSF) por discriminación ante un tribunal de Los Ángeles y reclamaron paridad con los premios del equipo masculino. El argumento que presentaron es irrebatible: ellas ganan más partidos y se transforman en la principal fuente de ingresos para la Federación. Sin embargo, hasta ahora, los hombres perciben unos 18 mil dólares por partido jugado para el seleccionado, mientras que las mujeres sólo reciben poco más de 3 mil. Días atrás trascendió que la USSF y las jugadoras comenzaron una mediación. Las dirigidas por Jill Ellis -es la primera entrenadora que gana dos veces seguidas un Mundial desde que el italiano Vittorio Pozzo lo consiguiera en 1934 y 1938- ya hicieron su parte.

El mensaje que lanzó Rapinoe en la conferencia de prensa post vuelta olímpica dejó en claro que la batalla sigue en pie. Y que sus palabras no sólo apuntan a los dirigentes del fútbol estadounidense. También es un llamado de atención para la FIFA de Gianni Infantino, para el resto de las federaciones y también para la televisión y los auspiciantes.

Los números que dio a conocer el ente rector de la pelota le dan la razón a la capitana de pelo rubio y violeta. El Mundial que acaba de terminar superó los mil millones de espectadores en todo el planeta. Nunca antes en la historia el fútbol femenino había despertado tanta expectativa. Como muestra, para comparar y entender, vale comparar con la anterior edición del torneo, que se disputó hace cuatro años en Canadá y no había llegado siquiera a los 500 millones de espectadores a nivel global. Francia 2019 no sólo fue éxito televisivo -o vía streaming-. Sin contar el partido por el tercer puesto -Suecia se subió al podio tras vencer a Inglaterra- y la final, más de un millón de personas asistieron a las nueve sedes que albergaron la competencia. Lejos de observar tribunas vacías -como sí se vieron, por ejemplo, en gran parte de la Copa América-, los estadios tuvieron cerca de un 75 por ciento de ocupación y en 26 de los 52 partidos lució el cartel de ticket agotados.

La lucha por romper con la grieta salarial en el fútbol no es la única que encara Rapinoe, que terminó con seis goles -los mismos que su compañera Alex Morgan y la inglesa Ellen White, pero con menos minutos jugados- y tres asistencias en cinco partidos. A los 34 años, no se calla nada. “Soy una protesta ambulante”, se definió en una entrevista brindada a Yahoo!. La lucha contra la discriminación es su bandera en todos los ámbitos de la vida. En 2012, contó públicamente su homosexualidad. A partir de ese momento, se convirtió en una de las banderas de la lucha del movimiento LGTB en su país. Su pareja es la basquetbolista Sue Storm, otra megaestrella del deporte, que juega en Seattle Storm, de la WNBA, la versión femenina de la NBA.

En 2016, la nacida en Redding, una pequeña localidad rural del norte de California, fue una de las primeras que se solidarizó con Colin Kaepernick, el jugador de fútbol americano que decidió poner una rodilla en la tierra cada vez que sonaba el himno estadounidense para visibilizar la violencia policial contra los afroamericanos. Rapinoe lo imitó y cuando la Federación le exigió respetar la canción patria y quedarse de pie, decidió no entonar más las estrofas ni ponerse la mano sobre el pecho cuando suena la música de las barras y las estrellas. “Supongo que, por el hecho de ser mujer y homosexual, siento una mayor empatía respecto a las personas que no se encuentran en una posición dominante. A mí me pareció una obviedad. Cuando alguien se ahoga, ¿vas a ayudarlo o te quedás en la orilla”, sentó posición Rapinoe en un reportaje concedido a El País Semanal, la revista del diario español.

Ya en plena competencia se le paró de manos a Donald Trump. “No voy a ir a la puta Casa Blanca”, gritó a los cuatro vientos al ser consultada si iría a festejar con el presidente norteamericano el título que finalmente consiguió. “Debería ganar primero antes de hablar ¡Termina el trabajo!”, le retrucó Trump, que ayer no tuvo otra que saludar a las campeonas vía redes sociales. Rapinoe y sus compañeras cumplieron su trabajo. El sábado, antes de la final, aseguró que no se movería de su posición y que más de una de sus compañeras se plegaría al boicot. Ellis, su entrenadora récord, es quien mejor la define: “Megan está destinada a ser la portavoz del fútbol femenino. A los cosas hay que llamarlas por su nombre y ella tiene espaldas para soportarlo todo. Durante los últimos partidos vi de qué era capaz. Cuanto más expuesta está, más brilla. No se quema las alas, no es Ícaro”.