JUNGLE: LOS REYES DEL FALSETE

JUNGLE: LOS REYES DEL FALSETE

El grupo inglés confirmó su creciente romance con el público local con un inefable repertorio de piezas bailables.

En enero de 1991, Prince presentó el disco Graffiti Bridge en River. Fue un día de semana soleado, y mucha gente suspendía las vacaciones para no perderse el acontecimiento: era la primera vez del genio de Minneapolis en el país. Por un par razones, sería la última.

Aquella fue una cátedra de pop, atravesada por géneros, puesta, carisma, individualidad y musicalidad. Durante su extensión, si se puede colectivizar y proyectar una imagen desde la sensación individual, las mandíbulas de los 25 mil espectadores dejaron entrar aire suficiente como para vivir el resto del año.

Ocurrió, finalmente, lo que sobrevivió al acto en cuestión. El artista todavía llamado Prince decidió cumplir a rajatabla con el contrato estándar y dio por terminado el espectáculo cuando había transcurrido una hora y cuarto del mismo. El gesto no supo ser encajado por el público, acostumbrado a otro tipo de extensión en las prestaciones artísticas y, aun en lo poco usual de lo oído y visto, se ensañó in situ. La ligó, en primera instancia, Daniel Grinbank en su condición de promotor.

De ahí en más, al momento de recordar el evento, el cronómetro le ganó a la ofrenda del músico. El gesto opacó a la percepción. Y se imprimió la leyenda.

Ayer, en Vorterix, los ingleses Jungle se mantuvieron sobre el escenario la misma cantidad de minutos que el autor de Purple Rain. Por lo que se pudo notar a la salida, no hubo quejas ni insultos, aunque el eficiente grupo no sea Prince y el costo por asistir a su presentación siga siendo un problema en estos tiempos de volatilidad cambiaria.

De a poco, los Jungle se fueron acomodando en el imaginario argentino como un grupo "nuestro". Con un par de visitas previas (Lollapalooza y Niceto) hicieron base y lograron agotar la capacidad del Vorterix con bastante anticipación. Su música, una irreprochable resolución de soul y funk blanco, repica y se acomoda en el cuerpo de unas 1500 personas.

La dupla líder, Tom McFarland y Josh Lloyd-Watson, lleva el falsete de las narices y lo pone al frente. A sus extremos, coristas. Atrás, el ritmo. En el todo, canciones que suenan como si Earth Wind & Fire y Hall & Oates hicieran un crossover. No conforman una vanguardia y, a favor suyo, tampoco lo pretenden. Cualquier Titanic golpearía dos veces el mismo iceberg para tenerlos como banda estable.

Lo que crece es un repertorio que el público reconoce como un cancionero adoptado. Desde la chispeante Smile hasta la reconocidaBusy Earnin' (globalmente conocida como la canción del videojuego FIFA 2015), ya en los bises, provocan una reacción pavloviana en una audiencia que los viva con el estrépito que se le puede reconocer a los seguidores de Lali Espósito. Así.

Así las cosas, otra vez vieron, vencieron y bailaron.